Recorriendo Sierra de la Ventana

en dos ruedas

 

AUTOR: Juan José Gasalla

LUGAR: Sierra de la Ventana
PROVINCIA/PAIS:
Buenos Aires, ARGENTINA
FECHA:
Noviembre

Domingo 10 de noviembre

Llegué a Pigüe a las 5,50 de la mañana, procedente de Bs. As. por la empresa de micros Ñandú del Sur. Lamentablemente, hasta las 9 no pude salir de la terminal por el frío, la lluvia y el fuerte viento, así que me aboqué al café con leche y los alfajores.

Cuando dejó de llover, me animé. Hice una recorrida por el pueblo, donde eran evidentes los destrozos del temporal (muchos árboles caídos, algunas calles anegadas, etc.). El primer plan era bordear la sierra de Cura Malal por el norte, por un camino rural, hasta llegar a al ruta provincial 72. Como temía al mal estado del camino, entonces decidí ir para Tornquist (cabecera del partido) por el asfalto de la ruta nacional 33. Pero al subir a la ruta, el viento sur era tan fuerte que casi me tira de la bici, con equipaje y todo. Apenas hice 2 km, a paso de hombre, y, como corresponde a un chico de ciudad, temí por mi vida. Un poco agotado, regresé a Pigüé, sin pedalear por la ventolina, y lleno de dudas. Después de pasar por la oficina de turismo local, reservar en un hotel, almorzar en restaurante y esperar mejor tiempo, algo se rebeló en mí, y decidí retomar el plan primitivo, agarrar el camino de campo y que sea lo que Dios quiera.

Pasando el aeródromo, tome por Bras de Serviere y la emprendí por el camino antedicho de Cura Malal, rumbo este, con menos viento y bastante barro. Ahí entendí que en esta zona no hay ripio, sino tierra consolidada, y maltrecha cuando hay tormenta.

No pude hacer más de 25 km, pese al entusiasmo que me contagiaba este bellísimo camino. Crucé una pick up enterradas en el fango y otra en la zanja, con agua hasta la ventaniilla, pasé el camino que lleva a la estancia La Corita y, ya cerca de una escuela, me dí cuenta que se me venía la noche (no llevo reloj en vacaciones) y que el barro era infranqueable. Ahí regresé hasta la estancia La Tramontana, decidido a armar campamento.

Algo agotado y sin víveres (excepto Tang - soy así; creí que iba a encontrar un almacén en alguna parte), abrí el portón y pasé. Reconozco que el panorama me asustó: fueron 2 km hasta el casco, crucé tres potros muertos (¿habrá sido por tormenta eléctrica o el frío? Un misterio), postes de luz y eucaliptos derribados de cuajo, y un baden totalmente desbordado.

El lugar es hermoso, pero no había nadie. Sin luz ni pasajeros, los cuidadores se habían marchado a Pigüé, pero, por suerte, había agua en los tanques (hay instalaciones para acampantes) y armé el iglú abajo de unos árboles bajos que parecían firmes.

La Tramontana tiene un predio parquizado de varias hectáreas, con piscina, y un caserón de tejas que es precioso. También un caballeriza enorme. Los caballos eran súper mansos y merodeaban por todas partes, todavía desconcertados por el viento.

De noche veía que de lejos me hacían luces y yo les respondía con mi linterna. Pasaban los minutos y no venía nadie. Al rato, lo mismo, y nada. Me agarré un julepe bárbaro, porque yo, ni facón, como mucho, tenedor, ¿quén anda poray, canejo?. El bamboleo de los árboles, con el chiflido del viento, daban un marco medio espeluznante. Al final me percaté que las luces no eran más que luciérnagas y que estaba más solo que Juan Moreira.

A dormir.

Lunes 11 de noviembre

El día amaneció mucho mejor, con atisbos de sol y menos viento. Al salir de La Tramontana, me encontré con dos paisanos macanudos que estaban aserrando ramas caídas. Me contaron que los potros muertos habían sido ocho, y que en otras estancias habían muerto más de 20, y también vacas. No era más del mediodía y seguí mi ruta, con la esperanza de llegar al asfalto esa misma noche.

El día era ideal para pedalear, pero el desborde de las napas saturadas seguía embarrando todo, y en un tramo tuve que sacarme zapatillas y medias para empujar la bici por el agua unos 200 metros. El camino era una laguna. Otros tramos estaban mucho mejor e incluso una parte elevada, resabio de las sierras que acompañaban por el sur, tenía base de canto y ripio, así que estaba chocho. Pasé el cruce de Abra del Hinojo, el arroyo y la escuelita contigua. Supestamente, a partir de aquí ya estaba en el llamado "circuito turístico", con excelentes vistas, pero ni kiosco ni instalaciones ni nada Y yo, muerto de hambre.

El barro era peor que el día enterior, pese al buen tiempo. Trababa las ruedas de la bici y cada tanto tenía que detenerme y sacarlo entre los frenos a cuchillo. Ahora entiendo la nobleza del nido de hornero y los ranchos de adobe. Todo muy telúrico, pero no me servía de consuelo. Las alforjas eran un desastre de roña. Para colmo, al atravesar un baden súperfacil, perdí el equilibrio y me empapé todo, incluido el único par de zapatillas, que, por supuesto, llevaba puesto.

A eso de las seis y media llegué al paraje El Campamento. Sólo había hecho otros 25 kilómetros. Entre espejismos encontré una despensa donde conseguí un litro de leche, 2 alfajores y 2 barras de chocolate con maní que engullí en tiempo récord, ante la atónita mirada de dos nenitos del pago. Con una hora de sol todavía, y más animo, la emprendí de nuevo, pero un kilómetro después decidí regresar. Había tanto barro que, aún descalzo y empujando no hubiera podido dejar de resbalarme, con el consabido riesgo de irme de traste al piso ante la inconmovible mirada de las vacas. Era algo difícil de explicar en la oficina; debía regresar y pasar la noche por ahí.

De nuevo en el almacén, me encontré con el rockero Ricardo Iorio (líder del grupo Almafuerte) y su novia, vecinos del lugar (se compró una hectárea con vista a la sierra donde levantó una casa muy bonita) que con toda cordialidad me invitaron a pasar la noche en la casa. Francamente, me trataron como si fuera de la familia. Cenamos milanesas con ensalada, todo regado con Coca Cola. Se imaginarán que ni en sueños hubiera creído semejante suerte en medio del campo. Iorio prendió la chimenea y se puso a cantar canciones de Larralde. Después tocó un tema inédito que se llama "Ruta 76" (la ruta de la Sierra de la Ventana), donde habla de las penurias de los indios y de la bronca que le da ver la cara de Roca en los billetes de cien. Yo también toqué un poco y canté algo de Serrat y Silvio Rodríguez. Sabrán que los porteños perdemos el sentido del ridículo en cuanto nos dan oportunidad. En fin, un rato después desplegué la bolsa de dormir en una de las habitaciones y dormí como un rey.

Martes 12 de noviembre

Con más fortuna de la que merecía, desayuné café con leche y tortas fritas hechas por el propio Iorio. Como la pareja de anfitriones tenía que ir a Sierra de la Ventana, cargué la bici en el jeep 4 x 4 del músico y salimos al camino. El día era espléndido, pero el barro casi estanca las ruedas pese a la doble tracción. Ni loco hubiera podido atravesar ese tramo por mí mismo. Pasando la encrucijada que va a Coronel Suárez a la izquierda y a Sierra por la derecha (a la altura del cerro Aspero), la cosa cambió bastante. En esos 13 kilómetros, el camino se eleva y no se anega. Ya sobre el asfalto de la ruta 72, entre el cordón de Mambeche y la Sierra de las Tunas, la vista es excepcional.

Sierra de la Ventana es una ciudad simpática, de típico perfil turístico que, por tamaño y servicios, me hizo acordar, por ejemplo, a El Bolsón o Villa La Angostura. Armé carpa en el camping Yapay ($ 4 por pax - tel. 0291-4915060) y después de almorzar en un bar fui a visitar Saldungaray (unos 20 km entre ida y vuelta). La ruta 72 es fantástica, con poco tránsito y vista abierta hacia la Sierra de la Ventana misma, sobre la que cae el sol al atardecer. Saldungaray es un pueblo rural, apacible y discreto. Me quedó pendiente la visita al Fortín Pavón, épico puesto de frontera hace más de cien años, pero sí recorrí el balneario y el cementerio, con su monumental frente, obra del arquitecto Francisco Salomone.

De vuelta en Sierra fui a consultar el mail, ¡¡donde encontré más de 100 mensajes andinautas!! Ahí me enteré de lo complicado del clima el fin de semana (Rubén había suspendido su raíd, y los chicos de Baires cancelaron la salida en bici al Delta).

A la noche, después de unas excelentes pastas en "Sol y Luna", nada mejor que leer un libro entretenido en la carpa ("Gracias por el fuego", de Benedetti), y a descansar.

Miércoles 13 de noviembre

Temprano fui a conocer el cerro Ceferino, también llamado "del Amor" (no sé por qué, pues me sentía un poco solo). Es un trekking ligero de no más de una hora, con excelente vista de la comarca y del balneario El Dique, donde tomaban sol unas lindas chicas de un contingente de turistas.

Reconozco que la caja de la bici hacía ruido como un sonajero. Mi vieja Bianchi Ocelot sintió la sacudida por el barro. Al mediodía fui a visitar la Villa Ventana (35 km ida y vuelta, por el asfalto de las rutas provinciales 72 y 76). Este pueblo turístico tiene vistosos chalets y casas de fin de semana. A 1.500 metros del casco urbano se pueden visitar también las ruinas del ex Club Hotel. Ya otra vez en Sierra, acudí presto a una precaria bicicletería donde, sin dar con el diagnóstico certero, terminaron por aceitar y engrasar a mi querido rodado. Los ruidos desaparecieron.

A la tardecita tuve el placer de pasear por el barrio Golf y contemplar la magnífica puesta de sol sobre el green, así como disfruté del rumor de los rápidos del río Sauce Grande. Creo que esta paz era lo que había venido a buscar sin saberlo, y tuve el rapto de lucidez como para apreciarlo en ese momento.

Como es mi costumbre, no cociné "ni a palos". A la noche me dí el gusto y engullí, a excepción de la morcilla, una parrillada entera en un boliche coqueto que encontré. Nunca creí llegar a tanto; el hombre siempre puede superarse.

Jueves 14 de noviembre

Otra vez con el equipaje a cuestas, zarpé hacia el campamento base del Cerro Ventana, con el objetivo de máxima de hacer cumbre en el famoso hueco sin provisión de oxígeno, como el ruso del Everest. Serán unos 27 kilómetros, por las rutas 72 y 76. Hasta el cruce, el camino se eleva y exige un poco. Después, predomina la bajada que, si no molesta el viento, se disfruta, y mucho. En especial un tramo arbolado en ambos costados que da un marco bárbaro a la ruta y protege del sol. Pasando la entrada al parque provincial, ya se ve de lejos, al norte, el imponente Cerro Ventana, con sus 1134 metros de altura y su magnífico hueco, que desde abajo parece chiquito como el orificio de una aguja.

En el camping ($ 5 x pax, con derecho a uso de refugio y cocina a gas - tel. 0291-4910067), y después de una ducha, puse en orden el desorden y salí a buscar provisiones: coca cola, turrones y chocolates en el kiosco de la base del cerro; pan, una horma de queso y un salamín estupendo en la provisión.

No crean que no pensaba en que era mejor cambiar los dólares del colchón por pesos, porque el dólar se cae, y hacer un plazo fijo en el HSBC o el Boston, porque dan hasta 40 % de interés a 90 días; no, mejor en el HSBC porque parece que el Boston se va del país. Pensaba sí, pero esa noche estrellada entendí que todo eso importa un comino.

Viernes 15 de noviembre

Hoy me levanté a las ocho, alertado por multitud de pájaros, con el mejor día de sol de la estadía. Inicié la caminata de unas 4 horas hacia el hueco del Cerro Ventana. Cabe recordar que el acceso al monumento natural está abierto de 9 a 16, y se cobra un bono de $ 3 para ingresar a los circuitos, que también sirve para los de la reserva integral del parque provincial Ernesto Tornquist (tel. 0291-910039), a 4 km. de aquí. En unas dos horas hice "cumbre" y, aún cuando llevé jugo de naranja, me quedé con sed. Sí acerté al llevar el polar, pues arriba de todo el viento se hace sentir todavía en noviembre. La senda estaba transitada, principalmente por grupos de colegios secundarios de la provincia que, con buen criterio, eligen este destino para su viaje de estudios.

Después de admirar la vista desde el hueco y visitar la loma aledaña, con un panorama espectacular de la zona, tomé media hora para tirarme panza arriba sobre una piedra grande como una terraza. Al regresar, me acompañó la algarabía de un grupo de teatro de Moreno que participaba de un concurso regional en Tornquist, en especial la charla entretenida del "Loco" Mario Ventimiglia, un joven de 50 años (más joven que yo, porque tiene una novia de 25). Entre resoplos y pasos cansados conversamos sobre cómo arreglar a la Argentina y el mundo. Uno siempre encuentra buenos amigos cuando va de viaje.

Ya en bicicleta, a la tarde fuí de paseo al sector de reserva integral. Después de atravesar el tajo que la ruta hace sobre la piedra roja del Abra de la Ventana, viene una bajada de unos 2 kilómetros que es una maravilla. Recorrí el vivero y caminé un poco. Todavía con buena luz, tome la ruta 76 hacia el oeste, para conocer la villa serrana La Gruta. El lugar, conocido por el santuario de la Vírgen de Fátima que construyó la colectividad portuguesa, es un caserío atravesado por un arroyo pedregoso, donde hay hostería, cámping y alquiler de caballos.

En la jornada había sumado unos 30 kilómetros de pedaleo. Mucho asfalto y poca exigencia.

Sábado 16 de noviembre

El último día tuvo su provecho. A la mañana trepé el cerro Bahía Blanca, en el sector de reserva natural, que tiene una panorámica, en mi opinión, mejor que la del cerro Ventana, tanto al este como al oeste. Después no pude privarme de comer asado en el restaurante y "casa de mate" del parque, a modo de despedida. Una cosa me quedó inconclusa: hay una visita guiada de unas 4 horas a la reserva integral, que no estaba habilitada en estas fechas. Sale a las 9.30 y 13.30, se realiza por una senda de 8 kilómetros en vehículo propio (¡y, por qué no, bicicleta!) e incluye una caminata moderada. Otra vez será.

Antes del regreso visité la Garganta Olvidada, trekking de una hora en la base del Cerro Ventana. Cometí el error de anotarme en guardaparques al ingresar, pero no a la salida ("hay mucha gente y no tengo ganas de hacer cola", pensé). En el cámping, cuando armaba el equipaje, vino uno de los guardias a preguntar por mí. Estaban por irme a buscar al cerro. Nadie me reprochó, pero la verdad, me avergoncé bastante. Ya temía que viniera hasta el Oso Fumarola a reprenderme por mi desaprensión.

El camino a Tornquist fue fabuloso: 23 kilómetros recorridos, en su mayoría, en plato grande, rodeado de sierras y bajo el tibio sol del atardecer atenuado por las nubes. Después de cruzar el pueblo, otros 6 km. hasta la ruta 33 donde, a las 21.30, pasaba el micro de regreso a Buenos Aires. El viaje en dos ruedas había llegado a su fin.

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