La bicicleta de las nubes (*)

AUTOR: Gustavo Ferri

LUGAR: Abra de Acay
PROVINCIA/PAIS:
Salta, ARGENTINA
FECHA:
Vísperas de primavera de 2002

El abra del Acay es el paso de montaña vehicular más alto del país, y es muy probable que también del mundo. Si bien existen huellas mineras, que terminan en una bocamina a más de 5000m, la ruta 40, entre Muñano y La Poma es la más alta que atraviesa una montaña. Y como tal está en la mira de todo amante de la bicicleta y de la aventura. Está ahí, desafiante, como diciendo ¿Te gusta pedalear?, ¡Te estoy esperando!.
Claro que desde La Pampa, nos queda bastante lejos, y organizar una travesía requiere poner de acuerdo varias voluntades, bolsillos, y tiempo libre simultáneo para todo el grupo. Como no es fácil conseguir todo esto, el Acay seguía ahí, como una mera posibilidad.
La oportunidad se me presentó cuando Carlo Clérici, del Club Amigos de la Montaña, de Salta, me invitó a hacer la travesía. Iríamos tres, Carlo, Ariel Perrotta, también del Club, experto en travesías en bicicleta, y yo. El plan era hacer un trayecto mas bien corto, que se iniciaba en Muñano y finalizaba en Payogasta, a recorrer en tres días. Acepté la invitación sin dudarlo.
La primer etapa de la aventura fue el viaje de Santa Rosa a Salta: Veinticuatro horas en autobús, que no es poco. Luego un día de descanso en casa de Carlo, y los preparativos: Acomodar el equipaje necesario para tres días -carpa, calentador, comida, bolsas de dormir, ropa de abrigo, cámara de fotos, etc- en las alforjas de la bici. ¿Qué llevo? La cámara grande con su bolso, que pesa más de un kilo, en la alforja o una cámara compacta que cabe en cualquier bolsillo? Me gusta mucho la fotografía. Llevé la grande. Después les cuento.
El miércoles 11 de septiembre partimos en una traffic, hasta Muñano. Estábamos tomando Diamox desde el día anterior y eso nos obligó a más de una parada sanitaria que fueron aprovechadas para tomar algunas fotos: Viaductos del tren de las nubes, una cascada congelada, el abra Blanca a 4080msnm... y finalmente Muñano, donde sólo hay una estación de tren desmantelada en la que quedan en pié algunas paredes sin techo. Entre un par de ellas, para protegernos del viento, armamos la carpa pasado el mediodía y allí nos instalamos a "hacer huevo" hasta el día siguiente esperando aclimatarnos un poco a la altura y a hidratarnos bien. Según la regla de Carlo, hay que tomar un litro de agua por día cada mil metros de altura. Le hicimos caso y nos tomamos casi cuatro litros cada uno. Sergio, el chofer de la traffic, muy gentilmente se ofreció para llevarme hasta San Antonio de los Cobres para que lo conociera. Para mí todo este paisaje es completamente nuevo, y acepté muy agradecido. Recorrimos las calles de San Antonio, cámara en mano, y pasamos por el cuartel a visitar a Pedro Lamas, otro "Amigo de la Montaña", del Club. Luego Sergio volvió a Salta. Nos esperaría en Payogasta el sábado a las 13 horas. El resto de la tarde lo pasamos muy animados, contando anécdotas y riéndonos un poco con algunos chistes. A media tarde comimos una tarta que llevó Carlo y a la noche unos tallarines amasados por la mamá de Ariel. La altura todavía no nos había quitado el apetito. La noche ya no fue tan placentera. El piso duro y un poco de falta de aire, no me dejaron dormir casi nada. Mis compañeros también durmieron poco.
El jueves nos empezamos a mover a las 7am. Vestirnos, levantar la carpa, acomodar las alforjas de las bicis. Dos tazas de té y unas pocas galletas dulces fue el desayuno. Estaba bastante fresco, las botellas con agua parcialmente congeladas. El sol rasante del amanecer ponía de relieve toda la textura del Acay, invitando a una nueva foto. A las nueve, las bicicletas listas, y... ¡a pedalear!. Arrancamos "tranqui" por la ruta 51 en busca del cruce con la 40, donde llegamos en menos de una hora, favorecidos por un leve declive del camino. Nos encontramos con un grupo de varias llamas a unos 100 metros del camino que gustosas aceptaron posar para la foto, con el Acay al fondo.
La ruta 40, a esta altura es una larguísima recta, que va aproximándose al abra, ascendiendo, al principio suavemente, y luego con pendiente cada vez mayor. El suelo es bastante arenoso, lo que hace más pesado el pedaleo. Nos cruzamos con una bandada de cientos de pajaritos, que no pude identificar, algunos burros, un cementerio, un arroyito medio helado, algunos guanacos a la distancia, un rancho a la derecha del camino, con sus pobladores... ¡y ningún vehículo!. La velocidad de las bicicletas empezó con diez kilómetros por hora, luego ocho, seis, cinco..., algunos arenales nos obligaron a empujar la bici un trecho. Las paradas se hacían cada vez más frecuentes y más largas. Llegamos al pié de la cuesta poco después de las 2pm y armamos la carpa junto a una pirca que alguna vez fue un corral de chivas. El sol pegaba duro, pero de vez en cuando una ráfaga de viento helado nos recordaba que estábamos a 4200 metros de altura. Hasta el momento no había sentido para nada los efectos de la altura, pero no faltaba mucho. Almorzamos un salamín entre los tres. Ariel venía medio apunado pero se recuperó pronto. Luego Carlo y yo empezamos con dolor de cabeza. A mi me tuvo bastante mal. Hacíamos esfuerzos para seguir tomando líquido. Esa tarde no estuvo animada como la anterior. La cena fue una sopa de sobre entre los tres, que ni la terminamos. Esa poca cantidad de comida caliente me acomodó la temperatura del cuerpo, que venía sufriendo escalofríos. Hacia la medianoche me fui componiendo y me quedé dormido un rato. En una salida de la carpa para ir al baño pude admirar un espectáculo imponente que ofrece la puna: El cielo completamente estrellado. El aire limpio y tenue por encima de los 4000 deja ver millones de estrellas más que a nivel del mar. La noche pasó sin viento, pero muy fría. Las botellas con agua se congelaron todas.
El viernes 13 (no soy supersticioso) encaramos la cuesta hacia el abra. Dos tazas de té y algunas galletas dulces fue el desayuno, y a las 8 ya estábamos en marcha. El camino está en buenas condiciones y la pendiente no es de más de 40 metros por cada mil. El pedaleo es lento. Vamos a 4 o 5 km/h y por momentos empujamos las bicis. A la hora de marcha habíamos avanzado dos kilómetros y medio. A las dos horas, cinco y medio, y a este ritmo seguimos. ¿Por qué no podemos pedalear más rápido? La respuesta la encontré apenas hice un intento en forzar la marcha. En pocos segundos quedé anaeróbico. Acá se sube, no con las piernas, sino con el poco aire que te deja la altura y ¡con paciencia!. Vimos por el camino guanacos, algunas vizcachas, pocos pájaros, y...¡nada de gente!. Lentamente ganamos altura, ya no sentía el malestar ni el dolor de cabeza del día anterior. Se sucedían las paradas para descansar y reagruparnos, fotos del camino que acabábamos de hacer, otro pedaleo más, y por fin, el último zigzag con el abra a la vista. Vamos hacia el oeste con un fuertísimo viento en contra que apenas nos permitía empujar la bici. El último retome y vamos hacia el este. El viento ahora nos empuja con tanta fuerza que nos permite subir sin pedalear. Nos volvimos a esperar unos cien metros antes, y llegamos pedaleando los tres juntos al abra. Abrazos, besos, felicitaciones mutuas...¡Éramos nuestro propio público! En el abra sólo nos esperaban, azotados por el viento, unas apachetas y los carteles para la foto, con la leyenda "Abra el Acay, 4985 metros", y el inmenso espectáculo de la Puna. Lo sobrecogedor del paisaje desértico y sobre todo de altura es que se ve lejos. Divisamos el Chañi, el Tuzgle, las Salinas Grandes, hacia el norte, el Quewar hacia el oeste. Hacia el este, el Acay, que con sus casi 6000 metros sólo parece una montañita desde allí. Hacia el sur, la parte más alta del colorido valle Calchaquí y el San Miguel de la Poma. Algunos manchones blancos, formados por el agua congelada de las vertientes son las primeras aguas del río que recorrerá el valle.
Luego de unos 40 minutos iniciamos el descenso hacia La Poma. El camino tenía más pendiente (por suerte, ahora para abajo), era más angosto, con más piedras grandes sueltas y precipicios bastante profundos. A poco de andar noto algo raro en mi bicicleta en el momento de frenar. Cuando la revisamos con Ariel nos dimos cuenta que la horquilla estaba des-soldada del vástago de dirección. Como no había bicicleterías por allí decidimos seguir, cuidando no saltar y usando los frenos afondo para no tomar velocidad. Ariel encontró una solución colocando un tornillito por el agujero de fijar el ojo de gato, que evitaría que el vástago y la horquilla se separen. Eso me dio un poco más de tranquilidad y seguimos bajando. A media tarde hicimos una paradita para la merienda. Una cajita de galletitas saladas para los tres y algo de juguito en polvo. Los últimos kilómetros se hicieron bastante pesados. Había que cruzar varios ríos, el camino estaba muy arenoso.
Unos 15 kilómetros antes de La Poma pasamos por el paraje Saladillo, donde está el rancho y el sauce de doña Eulogia Tapia, inmortalizada en la zamba de Manuel J. Castilla y el Cuchi Leguizamón: "Eulogia Tapia en La Poma, al aire da su ternura, si pasa sobre la arena y va pisando la luna...". Nos esteramos que doña Eulogia ya no vive ahí, sino en el pueblito La Poma, y tiene actualmente unos 60 años.
Finalmente llegamos a La Poma a las 8PM. Justo doce horas desde que arrancamos. En dos días sólo nos cruzamos con un auto. Paramos en la única hostería del pueblo. Por primera vez en más de 48 horas comimos bien y dormimos mejor.
El tercer día de aventura lo empezamos descansados y bien comidos. El camino estaba bueno, lo que hacía liviano el pedaleo. Solo unas pocas subidas. Estos 50km fueron un paseo muy pintoresco por lo colorido y cambiante del paisaje. Hicimos una parada para ver donde el río Calchaquí entra en un túnel natural de algunos kilómetros, y seguimos a ritmo tranquilo, como siempre parando para sacar fotos, ya que el paisaje lo invitaba muy seguido. Poco después de las 13 llegamos a Payogasta, donde ya nos estaba esperando Sergio con la traffic.. Luego de un picnic en Cachi regresamos a Salta cansados pero muy contentos y renovados. Fin de la aventura.
Con respecto a la fotografía, la experiencia recogida fue que llevar una cámara grande -y cara- es lo más incómodo que hay para una excursión, tanto en bicicleta como a pié. Si bien tiene muchos más recursos técnicos que una máquina común, muchas veces se pierden fotos por no abrir la mochila o la alforja, sacar el bolso, sacar la máquina, volver a guardar y volver a acomodar la alforja o la mochila. Para sacar fotos de una caminata o una bicicleteada, nada mejor que una buena cámara compacta que se pueda guardar en cualquier bolsillo. O bien si se tiene la posibilidad, se pueden llevar las dos. La máquina grande para usar en los campamentos, si se prevé que los lugares donde se va a parar justifican el uso de una cámara con recursos técnicos, pero no sale de la mochila o de la alforja mientras se camina o pedalea. La compacta va en el bolsillo para registrar las anécdotas de la marcha.
El lunes regresé a Santa Rosa con un título ganado: Haber pedaleado por el camino más alto del país, pero sobre todo, feliz por haber compartido estos días con dos grandes Amigos de la Montaña como Carlo y Ariel.

Distancias y alturas en la travesía del Abra de Acay

Travesía del Abra El Acay: Horarios, Tiempos y Promedios

 


clan@andinautas.com.ar 

Santa Rosa, 8 de octubre de 2002

 

(*) Un resumen de este mismo relato salió publicado en Tiempo de Aventura nº 53